LA MUERTE.............

REACCIONES ANTE LA MUERTE


Tratar el tema de la muerte, es un tanto difícil y extraño; a nadie le agrada el tema; es una realidad que no por evadir el tema, la vamos a evitar, y debemos comprender que la muerte forma parte de la vida, y que más tarde o más temprano nos toca de cerca.
Hasta hace poco se habían hecho pocos estudios sobre la muerte, Kübler-Ross (1969, en Craig, 1990), fue uno de los primeros autores que investigaron sobre este tema. Centró sus estudios en situaciones en las que la muerte pasa a ser una posibilidad inmediata, es decir cuando se descubre la presencia de una enfermedad mortal. Así  distinguió cinco etapas en el proceso de hacerse a la idea de la muerte:
a. Negación
b. Ira
c. Negación –racionalización
d. Depresión
e. Aceptación.
De acuerdo con Bowen (1991), existen diferentes tipos de pérdidas que pueden llegar a trastornar a la familia: físicas (cuando un miembro cambia de lugar de residencia, por ejemplo); funcionales (cuando algún integrante queda inválido a raíz de una larga enfermedad o accidente) y emocionales (ausencia de un individuo que alegra la vida del sistema). El tiempo que se requiere para que la familia restablezca nuevamente su equilibrio emocional, dependerá de su integración emocional que poseía antes de la pérdida y la intensidad con que viva el trastorno.
El mismo autor plantea que ante las pérdidas se presentará en la familia la onda de choque emocional, entendida como un choque que actúa sobre la base de una red subterránea de recíproca dependencia emocional entre los miembros del grupo, esto es: la dependencia emocional se ve negada, presentándose frecuentemente en familias con un alto grado de fusión.
Algunos de los síntomas que se han observado incluyen enfermedades físicas (resfriados, afecciones respiratorias, diabetes, alergias y hasta enfermedades que requieren intervenciones quirúrgicas). Y si se recuerda que en la llamada etapa de  vejez, soledad y muerte (Barragán, 1976), algún (os) integrantes del núcleo familiar es (son) anciano(s), esto se complica pues el organismo se encuentra deteriorado por la edad y es presa fácil de los altibajos y tensiones emocionales.
Pareciera ser como si la onda de choque activara el metabolismo del cuerpo, sin embargo también suelen presentarse fobias, alcoholismo, fracasos escolares y de trabajo, abortos, accidentes, brotes psicóticos, etc., en otros miembros del sistema.
El dolor por el que se atraviesa en esos momentos dependerá de quien haya sido la persona que falleció, la función instrumental y el rol emocional que jugaba dentro del núcleo.
Cuando un anciano(a) pierde a su cónyuge de casi toda la vida, es frecuente que presente niveles de depresión importante, sin embargo la mayoría de las mujeres ancianas que hemos asistido en la consulta privada, retoma con más facilidad las riendas de su vida; mientras que al anciano varón le resulta más difícil integrarse a otros subsistemas de apoyo y compañía.
Sin embargo cuando llegan a sufrir la muerte de algún hijo, sobre todo si cumplía funciones de sostén importantes, son las mujeres quienes presentan –aparentemente mayor dificultad para superar el dolor.
Sherr (1992) entrevistó a un grupo de viudas cuyos maridos habían muerto dos años antes y encontró las siguientes manifestaciones: insomnio, deterioro de la salud, pérdida de contacto con la realidad, sensación de la presencia del marido, apatía, falta de interacción social, apatía, hostilidad e irritabilidad.
Mientras que Smith (1988) concluye que -tanto para el hombre como para la mujer- el duelo representa una pérdida de seguridad que resulta en un estado de tensión y alarma. Esto se manifiesta con inquietud, preocupación con pensamientos asociados a la imagen del difunto, falta de interés en la realización de metas y en la apariencia personal.
En los procesos relacionados al duelo y sus efectos intervienen: la etapa de desarrollo individual-familiar, el medio ambiente, la experiencia de vida y las actitudes de los familiares (Durán, 1991); puesto que el duelo es la vivencia penosa y dolorosa que causa todo lo que ofende a nuestro impulso vital. En el anciano se conjugan una serie de "duelos": En primer lugar la pérdida de uno mismo en el envejecimiento, pérdida de cabello, de capacidad física, de memoria y lucidez. En segundo lugar, la pérdida de estatus en la familia o en el ámbito laboral ante el empuje normal de la juventud o la generación posterior y en un tercer espacio, todo el sistema de creencias desfavorables o negativas sobre la muerte; apoyadas en algunos sectores de la población por una carencia de valores y apoyos emocionales y espirituales.
Por tanto, al enfrentarse a la muerte (de otro o la propia) el varón longevo no cuenta con una validación social que le permita la expresión del miedo y la angustia de manera directa, lo cual puede agravar la situación; de tal manera la intervención psicológica  debe propiciar el espacio de construcción de realidades liberadoras, mediante el análisis de las interpretaciones, creencias y explicaciones que la familia utilice ante la situación de interés. (Dallos, 1996)
Es necesario prestar la atención debida a la Tanatología, ya que la muerte es un fenómeno de todas las estaciones de la vida humana. Esto quiere decir que su fuerza directiva está presente en todos nosotros, sanos y enfermos, jóvenes y viejos. Por tanto se deben analizar y reformular las connotaciones negativas de la muerte ya que suelen asociarse con sentimientos de desarraigo y de enfrentamiento a lo desconocido.
Cuando el anciano está ante la muerte, está básicamente comunicando su necesidad de un cuidado asegurado, que comprende la satisfacción de sus necesidades psicosociales y emocionales. Si el contexto social (familia, profesionales de la salud física y psicológica, figuras y apoyo espiritual) cubren esta necesidad, aparece, generalmente un comportamiento afectivo y responsable y un aumento de la capacidad para participar en decisiones referentes a sí mismo. De esta manera, el anciano se encuentra en la posibilidad de transitar hacia la muerte con toda la dignidad que merece como ser humano. (Kübler-Ross, 1991)
Esto último es más bien un llamado hacia los profesionistas de la salud, ya que formamos parte del proceso vida-muerte y por tanto se debe rescatar y retomar el aspecto ritual, el apoyo espiritual y sentir comunitario en cuanto al duelo.


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